domingo, enero 27, 2013

Yo también soy Karl Pilkington



El memo del vídeo de arriba que acompaña al gran Ricky Gervais, empeñado en que los chinos aprendan cómo se pide un té en Covent Garden, se llama Karl Pilkington, y es probablemente el mejor humorista de Gran Bretaña. A su pesar.

Karl y Ricky se conocieron cuando el primero producía el programa de radio del segundo, titulado, asombrosamente, "The Ricky Gervais Show". Gervais supo detectar que la humanidad no merecía perderse los absurdos puntos de vista y las bizarras anécdotas de Pilkington, y fue incluyéndole en sus tertulias radiofónicas con Stephen Merchant. Inmediatamente Karl, con sus historias sobre monos, sobre su impagable novia Suzanne o sobre máquinas lavaplatos en Marte, pasó a ser la estrella del programa, y contribuyó decisivamente a que los podcasts de "The Ricky Gervais Show" se convirtieran en los más descargados de la historia. El público se desternillaba con las estupideces del marciano de Manchester mientras debatía si realmente era así o era un actor interpretando un personaje: en otras palabras, que era demasiado bueno para ser real. Pero lo es. Según Gervais, Karl Pilkington es "uno de los más grandes talentos cómicos de su generación, o un mono parcialmente afeitado que sabe hablar". Probablemente las dos cosas. Joder, tiene una Pilkipedia y todo.

Los podcasts de "The Ricky Gervais Show" se adaptaron a la televisión en forma de dibujos animados emitidos por HBO y aumentaron la popularidad del "bufón con cabeza en forma de naranja", tal como le llama Ricky. Hasta que llegó la gran idea de hacer un programa de viajes para Sky1 en la que Pilkington visitaría las siete maravillas del mundo, y, ya puestos, algunos lugares más de camino. El título, adecuadísimo: "An idiot abroad". Juro que contemplar el choque de culturas entre el delirante pragmatismo de urbanita radical de Pilkington, con los rituales y costumbres de tribus situadas en los distintos culos del mundo, es una de las experiencias más descojonanting-MEGALOL que os podéis echar a la cara.

Pero entre tanto juasjuasjuas iba apareciendo, justo detrás de la vergüenza ajena, un pelín abochornado sentimiento de identificación con el idiota de Manchester. La aversión a la, llamémosle, falta de privacidad de los lavabos chinos; el asco ante los menús beduinos a base de testículos de cordero; el pavor ante la fiesta de fuegos artificiales descontrolados en un poblacho mexicano; el vértigo de vomitona ante la obligación de hacer puenting colgado de una roñosa cuerda en una aldea neozelandesa; la indignación ante una habitación de hotel en la India por la cual las cucarachas presentan reclamaciones; el hastío ante una excursión de 5 horas por la jungla ugandesa para ver UN PUTO GORILA; y en general, la incomprensión occidental ante las costumbres y culturas de otros lugares, observadas desde un punto de vista urbanamente pragmático. Me ponía en la piel de Karl, sentía todo esto y me apiadaba de él. Hasta tal punto que la vergüenza ajena y la carcajada de superioridad acabaron haciéndole un hueco (no muy grande, tampoco nos pasemos: no hay nada como reírse de las desgracias de los otros) a la admiración por el estoicismo con el que aguantó todas las perrerías que le iban planteando por el camino sus "amigos" Ricky y Stephen. Bravo, Karl, bravo: le has echado un par de cojones. Yo no hubiera sido capaz de hacerlo.



¿Estas pintas? Dos huevazos hay que tener. Así que reiros, reiros, que el que ríe el último ríe mejor. Y el último es Karl Pilkington, el idiota de Manchester. ¿Algo que añadir, Karl?



Amén.

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