lunes, abril 15, 2013

Estos no son los cómics que leía de niño





Hubo un tiempo, hace eones, en que fui pequeño. Y, como a todo pequeño con un mínimo sentido de la fantasía, me gustaban los cómics. Y aunque en mi etapa infantil devoraba a Mortadelo, me conformaba con sus alrededores (Sacarino, Zipi y Zape, Carpanta, etc.) y me inquietaba profundamente con "Los pitufos negros" (tebeo jocosamente xenófobo que en los EEUU, por cuestiones de corrección política, se convirtieron en morados) (Malcolm X PAGÜA), en la preadolescencia me empecé a pasar a los superhéroes, cruzando la transición que significaba Superlópez. Sin ser nunca demasiado fan, sí recuerdo acumular tomitos en blanco y negro de Hulk, la Patrulla X (nada de X-Men) y Spiderman, unas maravillosas recopilaciones en tapa dura de Superman y Batman traducidos a español latino (donde Bruce Wayne, Dick Grayson y Lois Lane eran Bruno Díaz, Ricardo Tapia y Luisa Lane, y Smallville era Villachica) y unos tomos cartoné también de Superman y Batman, entre los que se incluían un asombroso "Superman vs. Cassius Clay", por cierto recientemente reeditado. Aventuras heroicas entretenidísimas, en las que los malos y los buenos estaban perfectamente delimitados, se nos transmitían las reflexiones de los personajes a través de los bocadillos de pensamiento, la estructura de las viñetas era uniforme y todo se entregaba mascado y embalado en una deliciosa ingenuidad. Excepto en los cartoné de Batman.




Algunas de las historias que me encontré allí, cortesía de Denny O'Neil & Neil Adams, eran diferentes. Casas encantadas, fantasmas errantes, murciélagos blancos, intercambios de cuerpos... con Batman conocí el gótico, sin saberlo, antes de estudiarlo en el colegio. Aquellas historias eran desasosegantes, turbadoras, extraordinariamente malroller, en disonante contraposición a las de los otros superhéroes. No me hacían sentir bien pero los leía una y mil veces. Hasta que la adolescencia quedó sepultada por la vida adulta, y dejé de leer cómics. Los cómics son para niños, no para machotes en la pista de despegue de su madurez. Era la hora de las revistas porno. Mucho más adultas, dónde va a parar.


Ya pasadas mis 30 castañas, absolutamente alejado del mundo comiquero desde entonces (a excepción de un par de visitas al Salón del Cómic por cortesía hacia un amigo de cuyo nombre no soy capaz de acordarme), me crucé con una promoción del diario El Mundo que regalaba cada fin de semana unos pequeños tomos de cómics de superhéroes, en colecciones de 3 ó 4 por cada personaje, si no recuerdo mal. Me decidí a coleccionar algunos de ellos; empecé con los de Spiderman, la mayoría de los cuales había poseído de pequeño, y me resultó entrañable volver a leerlos. Era una selección de números de los años 60-70, los comienzos de Marvel, con alguna aproximación a los 80-90 bastante mediocre. La siguiente colección era la de Batman, y la inicié no sin alguna duda (la funesta influencia de las películas de Joel Schumacher: pezoncitos y bat-tarjetas de crédito). Esa colección cambiaría mi perspectiva por completo. Resultó que no era otra recopilación de viejos cómics, sino lo último que se estaba publicando de Batman en España, vía Norma Editorial. Se situaba justo después de una macrosaga llamada Tierra de Nadie de la que yo no tenía, claro, ni la menor idea (y de la que escribiré en su momento: sin ir más lejos, "The Dark Knight Rises" bebe ampliamente de ella), y el primer número se detenía en el dolor de James Gordon por la reciente muerte de su esposa.




Aquello no tenia nada que ver con lo que había leído hasta entonces. Nada de bocadillos de pensamiento: narración en primera persona. Nada de supervillanos grandilocuentes hablando de si mismos en tercera persona y soltando carcajadas malotas: una cruenta guerra de bandas mafiosas. Sentimientos que no se expresan, se deja al lector que los intuya. Una atmósfera más cercana al cine policíaco que a los relatos de tipos en pijama salvando el mundo. Aquello tenía un perfil más adulto, moderno y sofisticado, que aquellas ingenuas historias plenas de simplicidad y joie de vivre que devoraba de pequeño. Me tragué con inesperada devoción la colección de El Mundo, y comencé a acercarme a la sección de cómics de FNAC a investigar (investigar=leer por el morro en la tienda) qué pasaba después. Cada mes le echaba un vistazo al cómic correspondiente, hasta que decidí que merecía la pena leerlos tranquilamente en casa, y comencé a comprarlos. Mi curiosidad me obligó a convertirme en asiduo del mercado de San Antonio y adquirir los ejemplares de segunda mano de Tierra de Nadie, arrancando una dinámica que dura hasta ahora. Hoy, gracias a aquella colección, ya sé que los cómics no son sólo historias de buenos y malos para niños (o adultos encerrados en cuerpos de niños). Sé que existen Maus, Persépolis, American Splendor, The Walking Dead. Odio, 300 o V de Vendetta; Alan Moore, Frank Miller, Robert Crumb, Harvey Pekar, Moebius o Neil Gaiman. Y Greg Rucka, por supuesto, que es el guionista de esos cómics de Batman que cambiaron mi manera de pensar sobre ese tipo de arte, y quien, hoy que puedo decir que me conozco gran parte de la historia del personaje, ha sido el autor de la mejor etapa del caballero oscuro en su historia.

 Así que, maldita sea, todo este tocho para justificar que le debo una a Pedro J. Ramirez. SHIT YOURSELF LITTLE PARROT. Pues nada, Pedro J., que no se diga que soy un desagradecido: la próxima ronda de tirantes la pago yo.

No hay comentarios: